Puertas De Fuego
Author:Steven Pressfield
Language: es
Format: mobi
Published: 2008-09-19T23:00:00+00:00
... la muralla de madera no os fallará.
Estos lamentables restos fueron vencidos fácilmente por los arqueros de Su Majestad, que los mataron desde lejos. Lástima de profecía, dijo Mardonio. Los fuegos de acampada de los persas ahora ardían en la Acrópolis ateniense. Al día siguiente Su Majestad entraría en la ciudad. Se aprobaron planes para la destrucción de todos los templos y santuarios de los dioses helenos y el incendio del resto de la ciudad. El humo y las llamas, según dijo el oficial de información, serían visibles claramente desde el otro lado del estrecho por el pueblo ateniense que ahora se escondía en los altos pastos de la isla de Salamina. «Tendrán un asiento en primera fila —dijo el teniente sonriendo— para contemplar la aniquilación de su universo. »
Se había hecho tarde y Su Majestad había empezado a dar muestras de fatiga. Los magos sugirieron que sería conveniente poner fin a las actuaciones de la noche. Todos se levantaron de sus divanes, se postraron y salieron, salvo el general Mardonio y Artemisa, quienes mediante un gesto sutil de la mano de Su Majestad fueron invitados a quedarse. Su Majestad indicó que su historiador se quedara también, para tomar nota de los acontecimientos. Era evidente que la paz de Su Majestad estaba perturbada. A solas en la tienda con sus dos confidentes más íntimos, habló para relatar un sueño:
- Me encontraba en un campo de batalla, que parecía extenderse hasta el infinito, y en el que se amontonaban los cadáveres hasta donde alcanzaba la vista. Gritos de victoria llenaban el aire; generales y hombres se jactaban triunfantes. De pronto yo espiaba el cadáver de Leónidas, decapitado, con la cabeza empalada, como hicimos en las Termópilas, el cuerpo mismo clavado como trofeo a un árbol seco en medio de la llanura. Me embargaban el pesar y la vergüenza. Corría hacia el árbol, gritando a mis hombres que bajaran al espartano. En el sueño daba la impresión de que si podía reemplazar la cabeza del rey, todo estaría bien. Él reviviría e incluso sería amigo mío, lo cual yo deseaba ardientemente. Llegaba al palo donde estaba clavada la cabeza del hombre.
- Y la cabeza era la de Su Majestad —interrumpió Artemisa.
- ¿Tan evidente es este sueño? —preguntó Su Majestad.
- No es nada y no significa nada declaró la guerrera con énfasis, prosiguiendo en un tono que arrojó luz sobre el asunto y animaba a Su Majestad a quitárselo de la cabeza enseguida—. Sólo significa que Su Majestad, que es rey, reconoce la mortalidad de todos los reyes, incluido él mismo. Esto es sabiduría, como el propio Ciro el Grande expresó cuando salvó la vida a Cresos de Lidia.
Su Majestad reflexionó sobre las palabras de Artemisa durante largos momentos. Deseaba convencerse, sin embargo era evidente que no habían logrado aplacar su preocupación.
- La victoria es tuya, Majestad, y nada puede arrebatártela —dijo el general Mardonio—. Mañana incendiaremos Atenas, que era la meta de tu padre Darío y la tuya, la razón por la
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